Vuelvo a visitar la playa de mi propia crónica y han cambiado algunas piezas que la hacían poco atractiva; en cambio aparecieron nuevas: unas cuantas conchas por aquí, caracoles por allá y menos rocas.
Me encuentro caminando nuevamente al canto de la arena fina, el mismo estribillo una y otra vez; las olas acarician mis pies y poco a poco pareciera que camino dentro del mismo cielo.
La marea subió, me siento un poco mareada pero puedo soportarlo, después de todo su susurro me cobijó del retiro.
Parece que me he acostumbrado a aquella sensación y como si fuera nuevo, me dejo mecer por el oleaje, respirando tranquilamente, salpicando los cristales del océano, enjabonándome con la espuma del ponto.
El mar reclama e inhala las olas sin advertir.
La marea baja poco a poco, ola por ola. Y mis pies se van descubriendo, con arena empapada entre los dedos, sintiendo el aliento gélido de lo que el charco se llevó.
Miro el matiz entre el cielo y el mar y he vuelvo a recordar, -tu y yo no podemos ser agua y sal-.
Kenia Edith Ponce de León Fierros.





